jueves, 14 de mayo de 2009

IX Maratón de los Monegros

Repartidos en dos furgonetas, emprendíamos el camino a Sariñena, acompañados de un delicioso y radiante sol que sólo presagiaba convertirse en implacable cunado nos irradiara sobre Los Monegros. En la primera, se acumulaban más de dos siglos y medio de experiencia, tenacidad, paciencia y grandes dosis de sabiduría. En la segunda, a penas llegábamos al centenar y medio, no obstante, las grandes cargas de ímpetu y testosterona, se dejarían notar más adelante. En total diez ciclistas sin miedo al sufrimiento y dispuestos a dejarse las piernas durante 114Km de dura competición entre polvo y piedras.

Llegados al pueblo que nos acogería por unas escasas horas, aparcamos en la zona habilitada y pudimos empaparnos del animado ambiente pre-competición que inundaba la atmósfera. Dando un ligero paseo nos acercamos a un restaurante para llenar nuestras reservas de pasta e hidratos de carbono: menú de ciclista. Tras el ágape los nervios comenzaron a dejarse notar.


Sin pudor alguno nos cambiamos de atuendos entre las risas y el colegueo de quienes teníamos, como principal objetivo, pasarlo bien. Con la premura que infundían los altavoces de la organización, el ajetreo se tornó confusión, el equipo de dispersó y tan sólo quedamos Enrique y quien suscribe. Rápidamente nos dirigimos a la línea de salida observando como nuestros pulsómetros marcaban más de cien latidos de pura adrenalina. Fuerte bocinazo y la prueba quedó abierta; un total de 1500 bicicletas labraron la salida a las 14:00, hora local.

Libramos los primeros dos kilómetros por las calles del pueblo, entre adelantamientos desesperados de quienes debieron confundir la prueba con un sprint final. Callejenado, alcanzamos a Jorge Asensio que imprimía un fuerte ritmo de carrera.

Saliendo del núcleo urbano emprendimos el verdadero rally por un estrecho camino de piedras sorteado de granjas y graneros. La jauría de bicicletas y el frenético ritmo de los primeros kilómetros inundaba el ambiente de un espeso polvo que, en ocasiones, dificultaba la visión más allá de unos ocho o diez metros; la atmósfera se tornaba irrespirable y comprendíamos el porqué algunos ciclistas llevaban mascarillas. De repente, se sucedían abruptos parones entre avisos al grito de “¡Cuidado, charco!”. Mientras unos los sorteaban con precisión, otros los atravesábamos por el medio so pena de quedarnos atascados en el lodo. A partir de este punto, perdí a mis compañeros y recorrí el resto del camino en solitario.

Los kilómetros de consumían y la dureza del terreno dispersaba a los ciclistas. El inusualmente verde desierto de Los Monegros, situaba a cada atleta en su verdadero nivel. Comenzaba entonces la auténtica carrera de resistencia.

Recorridos unos 20Km, se alzaba la primera escalada del recorrido. Durante los siguientes 7Km subiríamos unos 250mts de desnivel. El bullicio de los anteriores kilómetros se apagaba por momentos y el único sonido que rompía el silencio era el rodar de las ruedas por los áridos latifundios. De vez en cuando, el crujir de los cambios de marchas rompía el monótono crepitar de las ruedas. Finalmente, llegamos a la primera treintena de kilómetros y el desierto nos recompensó con unas magníficas vistas de su extensión y un suculento descenso que devoramos con fruición canina durante unos 15Km. A medio descenso, una inesperada y estrecha subida nos enfiló, cual rebaño en el redil, entre dos fotógrafos de la organización. Pasado este punto, el primer avituallamiento. Rápido refrigerio a base de plátano, chocolate, electrolitos y de nuevo sobre nuestras monturas.

Los siguientes 25Km se sucedieron a un ritmo muy ligero, entre bajadas y pequeños repechos que ponían a prueba la potencia de cada ciclista.


Dejando a un lado Valfarta, tras a penas unos 5Km, llegamos al segundo avituallamiento, apostado bajo la autopista AP2, cerca de Peñalba. Justo por este punto pasa el meridiano de Greenwich… cuantas veces habré recorrido esta carretera sin pensar que un día lo haría en bicicleta sin más motor que mis piernas.

Unos kilómetros más adelante, comenzaba la segunda ascensión, esta vez unos 300mts en a penas 15Km. En condiciones normales, esto no habría supuesto un esfuerzo inasumible pero, la dureza del terreno y los más de 60km acumulados empezaban a hablar. El ritmo de carrera descendió sin piedad y el abrasador sol quemaba la piel con su manto. De vez en cuando, pequeños grupos de buitres sobrevolaban los campos trazando círculos; tal vez buscaban corrientes ascendentes o tal vez atisbaban la posibilidad de cenar atleta extenuado. Yo me prometí que no les serviría de entrante.

Paradójicamente y a pesar de estar rodeado de ciclistas, la sensación de soledad te inunda durante tu propio sufrimiento y tan sólo los gritos de aliento de algún espectador espontáneo consiguen romper la concentración en que te ves sumido ante el estupor que te provoca tu propio esfuerzo. Realmente tus límites están mucho más allá de lo que piensas.

Alcanzada la cima y el punto más alto de la carrera, hacia el kilómetro 75, se prometían 8Km de vertiginosa bajada que, lejos de ser una recompensa, con el esfuerzo acumulado, se convirtieron en una dura prueba de técnica, control y alguna dosis de inconsciencia para recortar algún que otro minuto de tiempo. Justo al final de esta bajaba, se encontraba el tercer avituallamiento. Breve recarga de energía y al acecho del llano.



Llegamos al lecho del río Alcanadre y, como era de esperar, las últimas lluvias lo habían engordado como a un pavo en tiempo de adviento. Tuvimos que subir su ribera por un difícil y técnico camino flanqueado por una imponente pared tallada por siglos y siglos de erosión. Justo en este momento, advertí que mi rueda trasera andaba algo floja. Bajé y con terrible decepción confirmé mis sospechas: había reventado la cámara. Por lo visto, la buenaventura no estaba de mi parte y, en algún tramo del infierno, perdí la bolsa de herramientas. Ahí estaba yo, sin recambios, sin utensilios y sirviendo un improvisado tentempié a decenas de mosquitos tigre que no tenían problema alguno para atravesar mi culotte en busca de su preciado elixir.
Como no podía ser de otra forma, la deportividad y desinterés de otro ciclista, me lanzó una cámara de repuesto que tuve que cambiar sin más ayuda que mis manos y una buena dosis de impaciencia y picaduras. Tras el breve contratiempo, continúe el recorrido.

Los kilómetros se acumulaban en mi pulsómetro y las llanuras, entre los campos de cultivo, se antojaban como desniveles imposibles. El camino, salpicado de setos verdosos, se hacía largo y fatigoso. Por suerte algunos campos tenían su deficiente sistema de riego en marcha, lo cual sirvió de improvisado radiador para amenizar el interminable sufrimiento que se acumulaba en mis piernas. La postura sobre el sillín era el segundo pensamiento omnipresente que me acompañaba como un mal amigo. La badana del culotte se convirtió en un simple protocolo pues su insuficiente función se dejaba notar en mis posaderas. Ya no sabía ni como sentarme para mitigar esa amarga mezcla de dolor y escozor que me obligaba a levantarme cada cinco minutos.

De repente, sin apenas tiempo de reacción, un ligero descenso permitió airear mi irritada entrepierna y, a la vez que aumentaba el ritmo de carrera, ante mí se levantaba un cuarto avituallamiento como el espejismo de un oasis, nunca mejor dicho, en pleno desierto. Una ligera parada para repostar líquido y emprendí los últimos 25Km con el ímpetu de un colegial al salir de clase.

Alcanzada la localidad de Albalatillo, empalmamos con el mismo camino inicial, esta vez a la inversa. Los últimos kilómetros se hicieron interminables y el cansancio acumulado me impedía visualizar el momento acabar la maratón.

Finalmente, todo esfuerzo tiene su recompensa y esta se materializó en forma meta, flanqueda por un tremendo arco hinchable, música muy alta y numerosos espectadores jaleando la llegada de los ciclistas. En ese momento, creí haber llegado al cielo.


Tras el consabido protocolo de llegada y entrega de dorsal, el abrazo de los compañeros se convirtió en el mejor regalo de la jornada. Una vez más nos demostramos que nuestros límites los ponemos nosotros mismos, que nada es inalcanzable si se desea con fuerza y sobre todo, volvimos a confirmar una máxima indiscutible: tu mayor rival eres tú mismo, supérate.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Gran crónica Ivan!
celebro además que no hayas hablado sobre el viaje de vuelta y la retrasmisión del partido de fútbol...
un saludo.

jorge asensio

Anónimo dijo...

te felicito por el reportaje, lo he vivido como si hubiese estado alli...incluso me planteo acompañaros el proximo año.
...que pena que no tuvieses tiempo para hacer una crónica de la cursa dels bombers,jejeje.
un abrazo
javier

Anónimo dijo...

Sensacional Iván. Con este compañerismo que profesáis, da gusto teneros como colegas. Un redactado excelente que ha permitido a los que no fuimos vivir en 2ª persona la etapa sintiéndola nuestra.
Un saludo,
Adelaida

Miguel Angel dijo...

Iván, a partir de ahora ya sabemos a quién encomendarnos a la hora de hacer reportajes y crónicas de otras competis, jeje. Chapeau!!!

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